Thursday, June 22, 2006

La ceiba de la memoria


CORRE- VE- Y- DILES


Escribir novelas es recorrer sin redes protectoras un largo abismo cuyo fondo jamás se divisa. Entre el entusiasmo de avanzar y el desaliento de las incertidumbres el escritor sobrevive. Alegría de escribir y silencios supersticiosos lo enfrentan solo a su materia.

El escritor cada vez que escribe desconoce todo y busca por primera vez el camino a sus palabras.

En ese empeño, lealtad profunda a un si- mismo que se desvanece, algunos pocos lectores envían señales. Anclas contra la locura.

Un ejercicio de impudor permite abrir ese cofre. Allí están, por supuesto, las intrusiones del amor. Ya se sabe, nada es más cruel. Y:


Fantásticos 16 capítulos breves, densos, heroicos, asombrosamente polifónicos, en los que has llevado hasta el paroxismo artístico la muy estimulante fractura formal, verdaderas láminas como unidad estética y de sentido cada una de ellas. A esto es lo que yo llamo escribir; el resto es redactar.

(Carta de José Viñals al autor después de leer las primeras 100 páginas. España, enero 2001)


Sobre el fresco gigante que estás logrando sobre la esclavitud y los sufrimientos humanos, esta novela alta y dolorosa y dramática, superpone, con riesgos evidentes y valerosos un tejido preciosísimo de asuntos muy diversos, del pasado de la colonia al presente del propio autor y su hijo en un emocionante viaje en tren cuyas consecuencias en el relato aún no se vislumbran.

(Carta de José Viñals al autor después de leer las primeras 100 páginas. España, enero 2001)


Nos fue inevitable recordar- más que recordar, nos fue inevitable renovar- tus Señas Particulares. Ellas reivindicaban para la palabra una primordial facultad moral. Work in progress (se refiere a las primeras 200 páginas de La Ceiba de la Memoria) exaspera y enfatiza esta facultad, este privilegio de la palabra que hace del patrimonio del pensamiento, de la experiencia y de la revelación, un solo ente y, sobretodo, un ente vivo. Este privilegio moral de la palabra, esta palabra exasperada y enfática- paradójica semilla de la certidumbre y escándalo de la fe- implica el sentimiento y la conciencia de un desafío: tu palabra de fe enfrenta la inercia y la indolencia por medio de las cuales el hombre se resigna al error y a la iniquidad.

(Carta al autor de Simona Donato y Alejandro Burgos. Roma. Otoño de 2000)


No he encontrado forma de explicarle a Burgos mi inmensa conmoción. No he tenido yo nunca una experiencia literaria- en realidad artística en general- semejante. No he sabido como hablar sobre esta experiencia.

(Carta de Pablo Nicolás al señor Krull, sobre La Ceiba de la Memoria, septiembre 2002)


Burgos Cantor hereda, de una forma mística incomprensible, las voces de todas las almas en llama del universo. Es en verdad una cosa inaudita. Las voces que de los muertos colman el mundo en forma de vientos y tormentas y aguaceros son la voz de Burgos Cantor. Una voz múltiple y reveladora.

(Carta de Pablo Nicolás al señor Krull, sobre La Ceiba de la Memoria, septiembre 2002)


¿Cómo leer entonces tu novela? ¿Cómo si fuese la voz del cuclillo que se llama a sí mismo con su reclamo o como voz dispersa que convoca la nidada que creció en nidos ajenos? Yo la leo precisamente como el lugar de la contienda, la leo como Baudelaire- vuelve Baudelaire, vuelve siempre en mi relación contigo- la leo como Baudelaire sabía que era la poesía: el lugar de un debate que no encuentra solución, el lugar de las inagotables formas recurrentes. El lugar de la caridad, de la sabiduría y del abismo.

Te estás jugando el alma, padre, y en ese impulso otorgas el fuego. Frágil- más también transparente- lo recibo exaltado y con inquieta alegría. Te estás jugando el alma, padre, y en ese impulso me das el fuego de las metamorfosis: el significado la relación, el flujo y la razón de vida.

(Fragmentos de un diario de lecturas. 100 últimas páginas de La Ceiba de la Memoria. Roma. Primavera de 2002.)


En definitiva, esta novela es muy interesante por lo que cuenta, por lo que el autor quiere transmitir a lo largo de todas estas páginas, es decir, la denuncia de una identidad robada por los opresores, la reivindicación de la necesidad de conservar la memoria para que no se olviden las injusticias y los genocidios que se siguen cometiendo, la importancia de seguir dando testimonio de cosas que ocurrieron y ocurren al amparo de la política, la religión, y demás estamentos que han respaldado y respaldaran crímenes contra la humanidad. La Ceiba de la Memoria es la memoria histórica que hay que mantener viva y verdadera, sin mentiras.

(Anne Marie Vallat, Agente literaria. Carta al autor. Madrid, febrero 2004)


La forma en que aparece el mundo de la esclavitud en esta novela fue para mi una conmoción, en todo el sentido de la palabra. Es una obra que toca todas las fibras, desde las más emotivas hasta las más reflexivas y críticas. Los especialistas en el tema tendrán mucho que decir al respecto. Como lector que conoce muy poco sobre la historia de la esclavitud, no puede apostar por la exactitud documental de la reconstrucción, pero si que apuesto por la eficacia poética de las páginas dedicadas a describir cuerpos, pústulas, torturas, visiones, llagas, humanidad que persevera en medio de la inhumanidad. Yo no si exista algo equiparable en la literatura del Caribe. Lo dudo. Y estoy casi seguro de que no existe historiador capaz de hacer vivir y sentir lo que significó la esclavitud para los hombres de la época esclavos y no esclavos, como se logra en esta novela.

(David Jiménez. Carta al autor. Bogotá, abril 2004)


Estoy maravillado al leer la más reciente novela de Burgos Cantor, quien ha escrito sin duda, una de sus mayores obras estéticas, con una mirada centrada en la Cartagena del siglo XVII. Tuvo que leer con detalle y visión voraz la historia de la ciudad para recrearla con la intensidad poética como lo ha hecho, y con la virtud de devolvernos una ciudad de hace más de tres siglos con rigor poético, pero a la vez histórico.

(Alfonso Múnera. Reportaje con Gustavo Tatis Guerra. El Universal. Julio de 2005)


Me fui en lágrimas.
(D.D. Bernal (Con abrazo al autor))


En La Ceiba de la Memoria ocurre lo que es quizá el designio más noble y enaltecedor de la literatura: fundar un mundo a partir de la palabra. O mejor aún recobrar del tiempo ocultado la vida transcurrida en sus más hondas dimensiones, mediante un lenguaje construido con la materia de la que está hecha la vida realmente vivida en un sitio del mundo: Cartagena de Indias.

Por eso, antes que una reconstrucción histórica (citas rigurosas, autenticidad documental, acumulación exhaustiva de fechas) Burgos Cantor cuando narra no el que pasó si no el cómo pasó, la existencia de esos personajes como Pedro Claver, el santo de la compasión cristiana, o Benkos Bihojó, el líder de la Cartagena del XVII nos brinda con su novela el placentero conocimiento estético- la bellaza es una forma, la más sublime tal vez de conocer el mundo- de una realidad que se asoma a la vida con el lenguaje más apropiado para contarla, pues es el lenguaje de que esta hecho la materia silente de los sueños, los olvidos y la huidiza memoria.


(Arnulfo Julio Jiménez. Palabras al autor, Bogotá D.C, enero 2004.)

La Ceiba de la Memoria de Roberto Burgos Cantor es el riesgo estético más profundo que ha tomado este escritor en el transcurso de la paciente construcción de su universo.

Ha tejido la pregunta por la libertad adentrándose en las palabras de la esclavitud, aquella instaurada por la colonización española en Cartagena de Indias. Palabras que deben ser inventadas por seres despojados de sí, de sus parajes, de sus lazos, de su memoria, de su sonido. Viajando a los hornos de Auschwitz para enfrentarse a la perplejidad del holocausto, la otra hoguera, inventado desde los cimientos de Occidente. Reblujando mundos. Y así desentraña el dolor.


(Nota de lectura de Adriana Urrea Restrepo. Bogotá D.C, 2004.)